Resulta desesperante leer las noticias en la prensa referidas al ataque de Anmecy, Francia, perpetrado por un hombre que fue clavando su cuchillo en el cuerpo de los niños que jugaban o paseaban por el parque, ante la desesperada y aterrada mirada de sus madres. Niños en sus carritos. Una escena que nos trae a la memoria la matanza de los inocentes narrada en los Evangelios. Resulta desesperante ese miedo de los periodistas a conjugar ciertas frases. Resulta desesperante escuchar que las investigaciones descartan el móvil terrorista pero que no entienden qué ha podido ocurrir. Resulta desesperante ver cómo intentaron colarnos que el asesino gritaba algo del nombre de Dios, cuando se ha demostrado que es la persona que graba el vídeo la que invoca el nombre de Dios ante la brutalidad de las imágenes que discurren ante sus ojos. Y resulta desesperante, en fin, ver cómo alguien graba el vídeo en vez de intentar salvar la vida de unos niños ya condenados de antemano. Sociedad anestesiada…
Gracias a Dios, literalmente, allí también estaba Henri, un joven que está viajando por toda Francia para visitar sus catedrales, de las que es un profundo enamorado. La actitud de Henri, defendiéndose y tratando de entretener al asesino con lo único que tenía en ese momento, su mochila, nos retrotrae inmediatamente a la imagen de Ignacio Echeverría y su patinete en las calles de Londres. Hay en esa actitud, en ese no querer mirar para otro lado, toda una enseñanza para el que quiera aprender algo de valor. Y hay, sobre todo, una coincidencia que subraya el verdadero poso de su mirada: el catolicismo de ambos, que explica tantas cosas. Una mochila, un monopatín, pueden no ser más que dos objetos cotidianos, como una cruz. E igual que una cruz, un monopatín y una mochila dejan de ser dos meros objetos cotidianos para convertirse en algo más, en algo que contiene en su interior unas gotas de fe, esperanza y caridad.
El presidente Macron ha agradecido a Henri su valiente comportamiento y, sabedor de su amor por las catedrales y los templos, le ha invitado a la inauguración de Notre Damme. Del fuego que asoló la techumbre de la catedral parisina resurge con fuerza uno de los templos emblemáticos de la cristiandad europea. Del fuego de la mochila de Henri debería renacer una nueva actitud y una nueva mirada al mundo. Peregrinar por tu país recorriendo sus catedrales y sus iglesias me parece que dice mucho de quien lo hace. Dice mucho de su forma de entender la vida pero, sobre todo, de su forma de entender el gesto de caminar. Un caminar que no va en línea recta sin mirar a lo que hay alrededor, sino que se para en cada estación de su peregrinar para contemplar la belleza del mundo y que detiene su andadura si alguien necesita de su ayuda.