Septiembre es uno de mis meses favoritos. Me gusta casi tanto como noviembre.
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En el parlamento, sede de la soberanía nacional, ahora habrá pinganillos en las orejas y traductores donde antes todos se podían entender usando la lengua común. Lo llaman progresismo.
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A veces me acuerdo de una entrevista que le hicieron a Roberto Bolaño en la que el escritor chileno decía algo así como que él no solo compraba libros para leerlos, sino también para tenerlos. Digo esto porque si ahora mismo yo hiciera una lista con los libros que tengo en casa pendientes de leer podría estar sin entrar a una librería muchos meses. Pero yo no quiero estar sin entrar en una librería varios meses. Me gustan las librerías y me gusta pasear por sus estantes y, de pronto, sorprenderme porque han reeditado ese libro que llevaba mucho tiempo esperando y que, una vez comprado, engrosará la pila de libros pendiente de leer. O pasear por una librería de saldo y toparme con un viejo ejemplar lleno de subrayados y notas de su anterior propietario y proceder a su rescate y regalarle una segunda vida en las baldas de mi biblioteca.
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Radio Clásica no cambia su programación de verano hasta el 1 de octubre. Esto demuestra que septiembre sigue siendo el mes problemático: no se sabe si es más verano o más otoño. Yo, después de mi estancia hospitalaria, casi que me bajo ya del verano y le cuelgo a este mes el cartel ocre del otoño.
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Los libros que se leen en el hospital quedan ya “marcados” de alguna manera, como impregnados de esos sentimientos de miedo, incertidumbre y esperanza que uno siente cuando está ingresado o cuando acompaña a alguien que lo está. En mi caso, los libros son: “Gracia de Cristo”, de Enrique García Maíquez y “La lengua en pedazos”, de Juan Mayorga. Curiosamente, en ambos aparece la gigante figura de Santa Teresa. Y estoy seguro que no es una casualidad.
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Y seguimos con los Episodios Nacionales. Los de Galdós, no los que vemos estos días en el telediario, que más son un sainete de segunda que otra cosa. Estamos ya con el segundo libro de la primera serie, “La corte de Carlos IV”. Qué grandeza la de Galdós, qué forma de narrar “como el que no quiere la cosa”, sin afectación, sin darse importancia. Y qué fuerza. Y qué piedad por todos los personajes. Son un monumento de lo mejor que puede dar este país, como “El Quijote” de Cervantes o “Las Meninas” de Velázquez; como “El concierto de Aranjuez” de Joaquín Rodrigo o como el Cristo del Gran Poder de Juan de Mesa.
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Leo uno de los escolios (suerte de aforismos) de Nicolás Gómez Dávila: “Los pronósticos de Marx fallaron, los de Burke se cumplieron. Por eso unos pocos leen a Burke y media humanidad venera a Marx”. No puedo evitar sonreír. Como toda máxima se puede discutir, claro, pero para eso primero hay que leer a Marx y, sobre todo, hay que leer a Burke, y ver luego cómo se desarrolló el siglo XIX y el siglo XX y ver en qué lodazal estamos ahora.
Marco Antonio Torres Mazón