No me importa que la tarde caiga antes ni que las sombras ganen espacio a la luz en nuestras calles. La luz debe brillar dentro, siempre, como esa vela que sostiene al final el protagonista de “Nostalgia”, la película de Tarkovski que volví a ver hace poco. Sí, me identifico mucho con esa imagen: proteger la luz con las manos, con el cuerpo, con nuestra vida. Tratar de evitar, en la medida de nuestras fuerzas, que la llama se apague.
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Leo el libro póstumo de Nuccio Ordine, “El huésped incómodo”. Es un volumen pequeño, de apenas 100 páginas, que contiene algunas entrevistas que Ordine le hace al que fuera su amigo y, en cierto modo, maestro, George Steiner. Es un libro emocionante para quien ha seguido la trayectoria de ambos. Y es un libro, finalmente, en el que se pueden escuchar con claridad dos voces, la de Steiner y la de Ordine, de las que todavía tenemos mucho que aprender.
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Como cada primer jueves de octubre, el fallo del Nobel de literatura. Jon Fosse. Sólo me suena el nombre porque ha estado en las quinielas en años anteriores. Noruego. Católico. Esta última información, católico, parece ser obviada por algunos medios de comunicación. Ya no usan la manida expresión “un autor necesario” o “activista político”. No, es un escritor católico. Lo que quiere decir un autor contracorriente. De la estirpe, para entendernos, de un Bernanos, un Claudel, un Maritain o un Musil. O un José Jiménez Lozano. Tendremos, por tanto, que seguirle la pista. Hay que reconocerle a la Academia sueca su valentía.
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En el libro “En defensa del fervor” del poeta Adam Zagajewski hay un capítulo titulado “Nietzsche en Cracovia” que es bellísimo. Nos cuenta, entre otras cosas, cómo no se podían encontrar libros de Nietzsche en las librerías de Cracovia, salvo en las librerías de viejo. No se podían comprar porque se consideraba a Nietzsche un precursor del fascismo, al igual que Czeslaw Milosz, George Orwell, Arthur Koestler, Hannah Arendt, Raymond Aron… Todo el que condenaba el totalitarismo era sospechoso de ser fascista. No hemos avanzado demasiado, me temo.
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El perdón y la esperanza: los dos maderos que forman la cruz de Cristo que todos los católicos no nos tenemos que cansar de mirar. Y cuando uno, en su vida, se encuentra con esos dos maderos ya no puede, ni quiere, mirar para otro lado.
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Qué alegría cuando se casa una buena amiga, que casi es como una hermana. La alegría reflejada en su “cara de siemprenovia”, que decía el maestro Azorín. Y el mar como testigo presente.
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Las tardes de los domingos, otoñales, se cargan de una dulce melancolía, es cierto, pero también de una suave felicidad: un té caliente, un buen libro, algo de música. Y saber que al otro lado de la ventana la vida sigue su curso.
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Dentro de algunos años, muchos seguramente, mirarán con asombro esta época nuestra que estamos viviendo. Una época en la que se trata de reescribir la historia continuamente y se cruza Europa para pedir a un prófugo de la justicia permiso para formar gobierno. Pero no pasa nada, me digo. El otoño sigue regalándonos sus dones. De momento no pueden quitarnos eso.
Marco Antonio Torres Mazón