La red de emisoras Euroradio viene organizando, normalmente el domingo previo al 25 de diciembre, el Día especial de la Música de Navidad. Comienza a primera hora de la mañana y termina bien entrada la noche. Se va conectando cada hora con una ciudad europea donde se retransmite un concierto de música clásica navideña, bien en grandes auditorios o catedrales o en pequeñas iglesias y monasterios, desde una serie de villancicos tradicionales hasta un oratorio de Navidad de Bach o de Telemann. En España lo emite, como siempre, Radio Clásica. Conviene no olvidar lo que una vez hemos sido y que, poco a poco, estamos dejando de ser. Me gusta ese día porque tengo la sensación de que, al menos por unas horas, un cierto espíritu verdaderamente europeo cruza nuestras tierras.
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Felicito a mi hija por su santo y me pregunto, agradecido, si alguna vez sospechará siquiera las profundas connotaciones e historias que encierra su nombre.
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Siempre me he tomado muy en serio eso de llevar el espíritu de la Navidad durante todo el año. Imagino que es porque desde pequeño he sospechado que, tras las luces, los regalos y las reuniones familiares, lo importante sigue estando en un establo, en un pesebre.
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En el Diccionario de Santa Teresa de Jesús (de Jesús Martí Ballester) busco la entrada correspondiente a “Navidad” y me aparecen una serie de poemillas de la santa de Ávila, todos ellos con un dulce aroma a villancico o cancioncilla popular. “Ah, pastores que veláis / por guardar vuestro rebaño. / Mirad que nace un Cordero / Hijo de Dios Soberano”.
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Es verdad que, en cierto sentido, todos nos hemos acomodado con respecto a cómo celebrar la Navidad. Hemos terminado haciendo de ella una excusa, como otra cualquiera, para reunirnos en familia (que está muy bien) y celebrar comidas y cenas juntos (que es estupendo, pues Jesús también celebraba las fiestas con sus amigos y comiendo y bebiendo). Pero… ¿ya está? Cuando era niño, la noche de Nochebuena cenábamos todos juntos. Antes de la cena leíamos el pasaje del Evangelio de Lucas del nacimiento y el anuncio a los pastores. A las doce menos cuarto de la noche dejábamos todo como estaba en la mesa y no abrigábamos (porque en los recuerdos siempre hace mucho frío) y nos dirigíamos a la Misa de Gallo. Mis abuelas y los niños también. A veces los más pequeños nos quedábamos dormidos en los bancos. Pero ese ir caminando hacia la iglesia todos juntos, al amparo de la luna, las estrellas y el frío, llenaba de sentido la celebración de esa noche tan hermosa.
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El mejor regalo de Navidad: dejar buenos recuerdos a los que nos siguen. Que cuando lleguen estos días tan señalados nos recuerden con el agradecimiento del que se sabe depositario de una luz que nunca debemos dejar que se apague.
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El año llega a su fin y lo único que debemos hacer es una profunda Acción de gracias.
Marco Antonio Torres Mazón