Anotaciones de enero II: Ordenar el mundo

Me gustan los diccionarios. De alguna manera organizan el caos (o lo intentan, al menos). Mi admirado Samuel Johnson adquirió justa fama en Inglaterra gracias a su diccionario, una empresa titánica se mire como se mire. En casa siempre tengo cerca el Diccionario de Santa Teresa, de Jesús Martí Ballester o El arca de las palabras, bellísimo libro de Andrés Trapiello. También, por mis querencias cinéfilas, el imprescindible Diccionario de directores del Western, de Vicente del Castillo. Hace unas semanas, por mi cumpleaños, me regalaron el Diccionario Pla de literatura, con textos de Josep Pla reunidos, con gran sabiduría, por Valentí Puig. Sí, me gustan los diccionarios y su anhelo de ordenar el mundo.

Cuando me siento a escribir un rato necesito tener cerca una ventana. A ser posible a un lado o justo enfrente. Mi forma de pensar mientras elijo las palabras exactas que quiero utilizar es mirar a través de la ventana. Hacer que mi mirada se pierda en un trozo de cielo o en la fea fachada de un edificio. Vagabundear con los ojos.

Leo la entrevista que le hacen a un actor español en un periódico. No sé quién tiene más delito, si el periodista que pregunta como si tuviese delante a Ortega y Gasset o el intérprete que contesta con tanta vehemencia como si fuera Xavier Zubiri.

La belleza de la costa de Torrevieja en invierno. El atardecer en una hermosísima gradación de azules. El viento frío acariciándote el rostro. El mar…ese mar libre y solitario al que incluso se le puede escuchar respirar. Recorrer unos cuantos kilómetros mientras la noche cae y escuchas un podcast de Radio Clásica. Momentos que necesitas y que te sirven para encarar días en los que la certeza se va imponiendo a la incertidumbre.

En el prólogo original a la Vida de Marco Bruto, de Quevedo, las siguientes palabras: “En esta obra une a la lengua española la majestad de la latina, con la hermosura de la griega, para envidia y admiración de las demás”. Época sin complejos, ay…

Veo, por recomendación insistente de A., la serie The Bear. Qué gusto encontrar un relato natural bien escrito, bien dirigido y bien interpretado, donde nada se subraye más de la cuenta. Gente normal con sus sueños y frustraciones, con sus penas y sus pequeñas alegrías. Y lo mejor de todo es que A. me conoce tanto que nunca falla en sus recomendaciones.

Siento una especial predilección por las parroquias pequeñas, de extrarradio o de periferia, donde se tiene que dar la catequesis en el propio templo, no en salones adyacentes; donde todos los que vamos a misa a la misma hora terminamos por (re)conocernos y nos echamos de menos si no vamos por la circunstancia que sea. Parroquias en las que te sientes como en casa porque, sencillamente, estás en casa.