Anotaciones de febrero IV: Ganar la luz

Colocan la aguja que corona la catedral de Notre Dame. Leí en uno de los diarios de José Jiménez Lozano que Gironella, el autor de Los cipreses creen en Dios, había sido testigo de un momento especialmente intenso de fe por parte de Nikos Kazantzakis en el interior de ese templo. Yo, desde luego, creo que Notre Dame es uno de los puntos cardinales de la cristiandad.

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            Dejando al margen, si tal cosa es posible, cualquier consideración personal acerca de la nueva polémica con la misma comparsa del carnaval, me hago una pregunta: ¿qué ha ganado con ella la imagen de nuestra ciudad y qué ha perdido? Sobre todo, teniendo en cuenta lo mucho que se invierte en cuidar dicha imagen en ferias de turismo y otros eventos del mismo tipo. Es algo que yo no sé responder, pero seguro que alguien sí tiene el dato preciso.

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            Me cansa la gresca política. Es aburrida. Y peligrosa. Además, es una gresca en la que nadie va a dar nunca el más mínimo respiro (y respeto) a su contrincante.

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            Vivir la Cuaresma como si fuera la última. También como si fuera la primera. Nunca como una más.

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            Me gusta ver a E. en los mismos campamentos a los que yo iba cuando era catecúmeno y catequista. Revivir (y recordar) mis propios descubrimientos, mis primeros momentos de verdadera fe adulta.

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            En los ensayos de la Pasión, con el grupo Getsemaní, me doy cuenta de una cosa: lo importante ya ha sucedido antes de la representación. Y ahí se encuentra toda su profunda enseñanza.

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            Hay un momento de llamada y un momento de escucha. En ambos casos es necesario el silencio.

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            Leyendo un sermón de John Henry Newman fechado en 1826, me encuentro con el siguiente párrafo: “El cielo, por lo tanto, no es como este mundo. Se parece mucho más a una iglesia. Porque en un lugar de culto público, como es un templo, no se escucha un lenguaje de este mundo. No se proponen planes para lograr objetivos temporales, grandes o pequeños, ni se obtiene información sobre cómo consolidar nuestros intereses materiales, ampliar nuestra influencia o reforzar nuestro prestigio”. Me gusta mucho esta idea de Newman sobre el cielo como un templo. Explicaría, al menos en parte, la sensación de bienestar que siento cada vez que entro en una iglesia o una ermita.

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            Llegados a cierta edad deberíamos releer dos libros por cada libro nuevo que tuviéramos la tentación de leer.

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            Los atardeceres comienzan a ganar algunos minutos de luz con respecto a los de semanas anteriores. Es muy pronto todavía, pero la primavera comienza a enseñarnos sus primores.

            Marco Antonio Torres Mazón