Anotaciones de abril I: No hay nada más grande.

A la feliz memoria de Roque Canales Bernabé.

En la Vigilia Pascual, la luz de las velas en la semi oscuridad del templo predisponen al espíritu para vivir el acontecimiento de la Resurrección de la manera más propicia. La oscuridad del sepulcro, apenas intuida; la incipiente claridad de la mañana; la blancura de la ropa del ángel que anuncia a las mujeres (portadoras, una vez más, del mensaje más importante) que Cristo ha resucitado. Alba de todas las albas…luz sin ocaso.

“Cuando el dolor y el agotamiento llegan al extremo de hacer que surja en el alma el sentimiento de perpetuidad, al contemplar esa perpetuidad con aceptación y amor, quedamos erradicados hasta la eternidad”. Simone Weil, La gravedad y la gracia

La muerte de Roque, justo el día del Domingo de Pascua, es una última lección o mensaje que nos deja antes de marcharse. Una lección a la luz intensa del cirio Pascual y con el eco todavía en la memoria del pregón de la Noche Santa:
“Esta es la noche en que
rotas las cadenas de la muerte,
Cristo asciende victorioso del abismo.
¿De qué nos serviría haber nacido
si no hubiéramos sido rescatados?
La última vez que hablé con él fue el Domingo de Ramos. Tampoco me parece una casualidad. Me habló con la tranquilidad, la emoción y la cercanía del que sabe que se está despidiendo. Unas semanas antes, en la parroquia de San Roque y Santa Ana donde ambos íbamos a misa, se me acercó para saludarme. Le dije: “Aquí estamos, para ver al Señor un rato”. Con una sonrisa tierna como el pan recién hecho me comentó: “No hay nada más grande”.
Ambos compartíamos una pasión profunda por el director de cine John Ford. Todavía guardo algunos mensajes en los que nos recomendábamos libros sobre este director. Pues bien, cuando me enteré de su situación y de cómo estaba afrontándola, le susurré mientras le daba un abrazo: “El sol siempre brilla en Kentucky”. Al reconocer que utilizaba el título de una película de nuestro admirado John Ford para lanzarle un mensaje de ánimo, me abrazó con más fuerza todavía.

“Eres preciso alarde, contigo convivimos,
porque nacemos ciegos. Eres lento claror,
la dádiva primera, huida si no somos”.
Del poema Luz, de Dionisia García

Al llegar a casa, después de estar en el tanatorio, me siento a leer algunas meditaciones de Benedicto XVI en torno a la Pascua, recogidas, junto a otras reflexiones sobre el año litúrgico, en el libro El resplandor de Dios en nuestro tiempo (Herder editorial). En una de ellas, encuentro la justa expresión de lo que significa este tiempo grandioso de la Pascua y de lo que supone, en este sentido, un testimonio de vida como el de Roque. “Solo podemos creer en el Resucitado si nos hemos encontrado con Él. Solo podemos encontrarnos con Él si lo hemos seguido. Y cuando hemos hecho ambas cosas, podemos dar testimonio de Él y llevar su luz a este mundo”. Por eso Roque, que nos ha dejado a la luz del cirio Pascual, ya nos ilumina con su vida para siempre.