Anotaciones de junio III: Brindis por mi abuelo Antonio

La primavera se marcha con algunos días de tormenta, como intentando dejar su firma antes de que llegue, inevitable, el verano.

San Antonio. Día para recordar, como cada año, a mi abuelo. Cuando desapareció en plena Guerra Civil, en la batalla de Teruel, mi bisabuela fue al ayuntamiento para solicitar una ayuda (de 1 peseta) por tener a su hijo en esa situación. En el informe que a tal efecto realizó el funcionario de turno aparece el sintagma más desolador que he leído jamás. Situación económica de la solicitante: “Completamente pobre”. Mi abuelo Antonio regresó a casa acabada la guerra, nadie sabe cómo ni en qué situación. Unos años después, fruto del frío y la falta de alimento de esos duros meses de contienda, contrajo una tuberculosis que lo llevaría, demasiado joven, a morir dejando a dos hijas pequeñas y una viuda, mi abuela Nati, que tuvo que luchar lo indecible por salir adelante. Son historias que uno las lee en una novela de Baroja y le parecen sorprendentes. Pero la vida, a poco que seamos capaces de abrir los ojos un poco, siempre nos ofrece más que la literatura. San Antonio. Brindo por mi abuelo, al que nunca conocí y tanto conozco.

Es una de las fotos que más te gusta y por eso está en el comedor, en un lugar importante. Estáis los tres: A, E. y tú. Tienes a E. tomada en brazos. A, en un gesto que se intuye fuera de foco, también se agarra del otro brazo. Las dos parecen sujetarse para no caer (o para que no caigas tú). Es el día del domingo de Resurrección. Es temprano. Veis la procesión del Encuentro. Recuerdas que después os fuisteis a San Miguel, a la vieja casa de campo, y pasasteis un día en familia, tranquilos, celebrando la vida, la Pascua. Y hay algo que no aparece en la fotografía y que, sin embargo, es una parte fundamental: la persona que la hizo, Javier Torregrosa. Por eso a veces tan importante como lo que se ve es lo que no podemos ver, pero sí sentir.

Es domingo y desayuno una taza de té con un trozo de bizcocho que mi suegra, como cada año, me regala por mi santo. De alguna manera ella, mi suegra, ha cogido el testigo, de manera natural, de mi abuela Nati, que me regalaba cada San Antonio un pan de calatrava, que yo esperaba con más ilusión que cualquiera de los otros regalos. Pues sí, es domingo y pellizco un pequeño trozo de bizcocho que meto en la taza de té para luego, con la cucharilla, llevármelo a la boca. Justo al sacarlo de la taza me viene a la mente, lógico, el momento de La parte de Swann de Proust, cuando tiene lugar el famoso instante de la magdalena. Sin embargo, me doy cuenta, mirando el calendario de la cocina, de que hoy es 16 de junio, es decir, Bloomsday, es decir, el día que conmemora a James Joyce y su libro Ulises. Sí, es domingo y desayunas un poco de literatura comparada.