Notas de verano II: La belleza y la verdad

Leyendo Resucitar, de Christian Bobin. Un libro de esos que me gustan cada vez más: aparentemente desestructurado, a medio camino entre varios géneros, poético sin ser poesía, ciertamente sapiencial y espiritual. Llego, ya en el tramo final (es un libro breve), a la página 106, ocupada toda ella por una sola frase: “A cada instante, algo viene a socorrernos”. Cierro el libro y repito varias veces la frase, como una letanía. Estoy de acuerdo. Y saberlo es un motivo más para no perder la esperanza.

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            Dice mi comadre A. que el mejor día de verano es el 23 de junio y que a parir del 24 ya todo es ir cuesta abajo. Dicho así puede sonar raro, pero a poco que lo pensemos con calma veremos que es rigurosamente cierto.

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            Una iglesia, una catedral, una ermita o una pequeña capilla: formas de encapsular el aire, convertirlo en sagrado y hacerlo más respirable.

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            Recibo Mitokalía o la belleza relatada, el libro con el que mi querido Eduardo Segura ha logrado el accésit del I Premio de Ensayos CEU Sapientia Cordis. Admiro profundamente a Eduardo (y aquí “admirar” también es “querer”). Su sabiduría es una constante búsqueda y explicación de la belleza y, por tanto, de la verdad. Más allá de todo el gran caudal de conocimientos que atesora, que es mucho, está su forma de mirar el mundo y la forma de contarnos ese mundo: a través de un disco de rock progresivo, de una jugada de Michael Jordan, de un paisaje de Montana, del santoral del día o de una película inolvidable. En todas esas cosas, aparentemente inconexas, late la misma pulsión: formas de contar la belleza y la verdad en un mundo que parece renunciar a ellas; un mundo que precisamente apuesta por todo lo contrario, por un feísmo descarado que lo impregna todo.

            Comienzo a leer Mitokalía o la belleza relatada y me encuentro la siguiente reflexión, que subrayo: “La rapidez con que los procesos informativos han devenido mera acumulación de datos, evidencia la absoluta carencia de recursos para la contemplación, para la construcción de mundos interiores coherentes y matizados”. Si no somos capaces de ver que aquí está uno de los problemas radicales de nuestra sociedad es que verdaderamente andamos ciegos. Aplíquese la frase de Canción de cuna, de José Luis Garci: “Saber mirar es saber amar”.

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            Esas escenas en las películas de John Ford en las que parece detenerse el tiempo y palpitar la vida. Las conversaciones en un porche en una noche de verano en el viejo sur, tanto en el Juez Priest como en El sol siempre brilla en Kentucky. Ahí sí que nos encontramos con un mundo interior coherente y matizado, como diría Eduardo Segura. Un mundo, en definitiva, bello y verdadero.

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  1. ya tiene 12 años. Qué voy a decir yo de lo rápido que pasa el tiempo, de cómo se nos escapa de las manos cuando lo intentamos atrapar, detener. Ver cómo lo celebra con sus amigas se convierte en el inesperado regalo de un largo atardecer de verano.

            Marco Antonio Torres Mazón