Notas de verano VII: Agradecer la luz

Cada verano tiene su disco. Viaje a Roma es el debut de Galerna. Y no es el típico disco; mucho menos la típica obra con la que uno se da a conocer. Es precioso, delicado, luminoso, distinto. Narrativo. Cuenta una historia, la de unos jóvenes que viajan a Italia desde Bilbao. Cada canción es un capítulo que hace avanzar esta suerte de novela.

            Mientras, como los últimos veranos, en Radio Clásica un poco de Wagner; los conciertos en Bayreuth. Y reconozco que todavía no consigo entrar en el Anillo; me cuesta, pero ciertas partes me emocionan. Luego, para las tardes largas de agosto, algo Vivaldi o de Tartini.

            Y así, con estos bandazos, voy poniéndole banda sonora a estos días.

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            Nos estamos acostumbrando a todo. Qué pena. Qué miedo.

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            Hay un mar que siempre te espera. Un rincón donde te encuentras con lo mejor de la vida; tiempo para leer, para estar con las personas que más quieres, para cerrar los ojos y para abrir el corazón. Días de descanso necesario, merecido. Días para recapitular y poner en orden todo lo importante. Tiempo esperado, deseado, anhelado.

            Descansar es vital. Poder desconectar durante un tiempo de todas esas rutinas que pautan nuestros días de una manera tan milimétrica que, muchas veces, tenemos la sensación de que nos estamos asfixiando. Descansar…respirar…volver.

            Hay un texto muy hermoso de Benedicto XVI sobre el tiempo de vacaciones, donde se nos dice lo siguiente: “La búsqueda de Dios es la excursión de montaña más apasionante, el baño más revitalizador que el hombre pueda encontrar. Bañarse, jugar, dormir, todo ello forma parte de las vacaciones, y les deseo además mucho sol y descanso. Pero junto con Tomás de Aquino quisiera pedirles que incorporen en su programa de vacaciones también el encuentro con Dios, encuentro al que invitan asimismo nuestras bellas iglesias y la hermosa creación”. (El resplandor de Dios en nuestro tiempo. Herder editorial)

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            Agradecer cada día de luz.

            ¿Cómo no hacerlo?

            Otros no llegaron hasta hoy.

            Y hoy es un regalo.

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            Leyendo un pequeño texto de Samuel Johnson sobre las islas Fakland y cómo pusieron en jaque o pie de guerra a varias potencias mundiales en el siglo XVIII. Es curioso constatar lo poco o nada que hemos cambiado. Y no siempre para bien. A pesar de ser un texto de no más de treinta páginas, hay algunos momentos de gran fuerza y de ese toque johnsoniano, como del padre Mapple de Moby Dick. “Pero la guerra no es el único negocio de la vida; rara vez ocurre, y bien sea por bueno o por juicioso, todo hombre anhela ver disminuir todavía más su frecuencia. La conducta que deja ver designios de hostilidades futuras, si no atiza la violencia, siempre dará pábulo a la maldad; se ve constreñida a excluir para siempre confianza y amistad y a prolongar, por un avieso intercambio de injurias indirectas, una fría y lenta rivalidad en la que faltan tanto el coraje de la guerra como la seguridad de la paz”. (Traducción de Daniel Attala para Fórcola editorial)

            Marco Antonio Torres Mazón