Notas de verano VIII: Al otro lado del cielo

Esos días de vacaciones en los que no planeas nada. Leer durante toda la mañana. Ver una película. Salir a correr o andar un rato. Pasear con A. y con E. Vivir…

Como viene siendo habitual el esperpento con el asunto Puigdemont alcanza cotas inimaginables. La cosa está ahora entre un comic de Mortadelo y Filemón y un sainete de los Álvarez Quintero.

El verso de Gil de Biedma sobre la historia de nuestro país sigue siendo profético, por desgracia.

Sigo leyendo, con ritmo pausado y tranquilo, los Sermones Parroquiales de san John Henry Newman. Voy navegando por el volumen II. Es digno de encomio la valentía de algunas editoriales a la hora de asumir proyectos de tan vasta envergadura. Traducir, prologar y editar los 8 volúmenes de estos Sermones es algo que me hace no perder la esperanza en el ser humano. Gracias a la editorial Encuentro por ir a contracorriente.

En días de extremo calor uno se pregunta… ¿falta mucho para que llegue el otoño?

Viendo la serie Retorno a Brideshead (después de haber leído la excelente novela de E. Waugh) me doy cuenta de que tiene más de 40 años y que no tiene nada que envidiar a cualquier superproducción de hoy en día. De hecho, en muchos casos (como el bellísimo capítulo 2 que transcurre en Venecia) es incluso muy superior. El adanismo, ese creer que hemos inventado la pólvora, es uno de los grandes males de nuestra sociedad. Otro más.

Nos empecinamos en hacer las cosas solos y así renunciamos al verdadero sentido de todo. Recuerdo esas palabras de Simone Weil, de uno de sus cuadernos: “Sólo lo eterno es invulnerable al tiempo. Para que una obra de arte pueda ser admirada siempre, para que un amor, una amistad, pueda durar toda la vida (incluso durar puros todo un día tal vez), para que una obra de arte pueda ser contemplada durante horas y días seguidos, para que una concepción de la condición humana pueda seguir siendo la misma a través de las múltiples experiencias y vicisitudes de la fortuna, es necesaria una inspiración que descienda del mundo al otro lado del cielo”(De la traducción, José Luís Piquero para Hermida editores)

 

Al dormir con la ventana abierta por el calor, los sonidos de la calle ascienden por el edificio y entran en el dormitorio. Me gustan especialmente los sonidos de la amanecida, los primeros coches que se ponen en marcha para ir al trabajo o la fuerte pasada de la escoba del barrendero contra el asfalto. También algunos despertadores (normalmente ya son los propios teléfonos los que hacen esta función) de otros pisos que, como yo, tienen la ventana abierta al mundo, a la vida. Son como los primeros movimientos de una sinfonía que terminará ya de noche cerrada para comenzar otra vez, al alba, con su eterno compás.

 

Marco Antonio Torres Mazón