A veces pienso que nos hemos alejado tanto de Dios como sociedad que ahora hemos olvidado el camino de regreso. A lo mejor sucede como esa teoría que dice que, llegado a una zona de máxima expansión, el universo se encogerá de nuevo hasta su punto de origen. Quizá nosotros estamos llegando al momento máximo de alejamiento de Dios como sociedad y emprenderemos en breve el camino de retorno a lo sagrado. Ojalá sea así.
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Un hombre ataca a unos monjes en el monasterio de Gilet, en Valencia. Unos monjes franciscanos. Uno de ellos ha muerto. Dejo aquí constancia.
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Más de 200 muertos y no ha dimitido nadie. La fiesta de la democracia…
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Colocan en la parroquia de la Inmaculada las campanas restauradas. Ver cómo la suben a lo alto del campanario trae a mi memoria la película Andrei Rubliev, de Tarkovski. Y también un texto de John Senior que sobre las campanas encontré en su libro La muerte de la cultura cristiana. Dice así: “Antiguamente, los límites de las parroquias estaban determinados por la distancia a la que llegaba el sonido de la campana, y muchas de las canciones infantiles traducen el amor por ellas. En algunas parroquias suenan aún las campanas en el momento de la Elevación del Santísimo, luego de la consagración en la Santa Misa, a fin de que aquellos que están trabajando, o los enfermos en los hospitales, puedan hacer su comunión espiritual. Las campanas son una bendición sonando en círculos hasta las montañas eternas”. El libro de Senior transmite una nostalgia enorme sobre un mundo que ya está desapareciendo.
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De Álvaro Pombo, reciente Premio Cervantes, su ensayo La ficción suprema.
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No he pretendido escribir un pregón literariamente bello. He intentado escribir un pregón verdadero y que sea la Verdad la que nos lleve a la Belleza.
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El día 17 de noviembre de 2024 no podré olvidarlo nunca. Qué regalo más grande poder poner mi vida a los pies de nuestra Patrona, delante de tantos amigos y con toda la familia presente. ¿Cómo no poner todo el corazón en ello? ¿Cómo guardarnos algo dentro? “A una madre no se le pueden ocultar ciertas cosas”, digo en un momento determinado del pregón. Y es verdad. Y esa certeza ha sido el motor de la escritura de un texto en el que me he vaciado, también bajo la premisa cervantina de “lo que se sabe sentir se sabe decir”. Traer al presente a los que ya no están ha sido un ejercicio doloroso pero sanador. Necesario. Un gesto de gratitud.
Miro a A. y veo que llora en algunos pasajes del pregón. Me tiembla la voz. Durante unos segundos no puedo seguir. Suenan unos aplausos providenciales y comprensivos. Qué bien estar en casa, donde todos nos entienden. Sigo, como sigue la vida y avanzan las horas. El día 17 de noviembre de 2024 no podré olvidarlo nunca.
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Qué felizmente cerca está ya el Adviento.
Marco Antonio Torres Mazón