El pueblo de Torrevieja y el terremoto de 1829

Ana Meléndez Zomeño
«A esta torre acuden innumerables gentes de Orihuela, Murcia, Callosa, Catral y otras villas y lugares a bañarse, de suerte que en los meses de julio, agosto y septiembre, es regular juntarse a este pueblo sobre dos mil personas, por ser este mar muy limpio, muy tranquilo y muy apacible». Compendio histórico oriolano (1791-1816), de José Montesinos.
Según el padrón de vecinos de marzo de 1829, Torrevieja contaba con 2.455 habitantes que vivían de la cosecha de la sal y su embarque en la bahía, adonde llegaban barcos de todas las procedencias. Además, vivían de la actividad pesquera y del contrabando, especialmente de tabaco. Esta práctica ilícita, por parte de numerosos vecinos como complemento a la economía familiar, nos ofrece una imagen menos idílica y más ajustada de la realidad torrevejense de entonces.
Para tener una percepción más objetiva de cuál era la dinámica de desarrollo en Torrevieja entre 1820 y 1825, consideremos que se le calcula un crecimiento demográfico anual del 4’13% (Blanco, Galant y Sala, 1997), es decir, una tasa muy alta. La media de la Vega Baja o de Alicante no llegaba al 0’6%.
El municipio de Torrevieja tenía un origen muy reciente, estimulado por el traslado de las oficinas de la administración de las salinas desde La Mata. El plano de la nueva población dándole su nombre actual fue aprobado por Carlos IV en 1803 (Hogston, 1874). Sebastián de Miñano la describe así:

«(…) disfrutan de tierra y aires muy sanos, y de cielos alegres (…) que la planta de la población es moderna y de gusto, sobresaliendo entre sus edificios la casa administración por su buena arquitectura y capacidad, construida, como otras muchas para los empleados de las salinas (…). Existen vicecónsules de casi todas las nacionalidades».

Las extraordinarias perspectivas económicas de las poblaciones de Torrevieja y La Mata y las vidas de sus moradores, al igual que en el resto de la comarca, se quebraron brutalmente a las 18.15 horas del 21 de marzo, Sábado Santo, de 1829.
«No es fácil pintar la espantosa catástrofe de Torrevieja: cerca de setecientas casas formaban esta hermosa población, y todas fabricadas poco tiempo hace; ninguna ha quedado en pie, todo el pueblo ha sido asolado)». Relato confeccionado con testimonios de supervivientes. 11 de abril de 1829, en La catástrofe sísmica de 1829 y sus repercusiones, en Canales, G., (Dir.), 1999.
J. A. de Larramendi afirma en su memoria que los pueblos enteramente arruinados por el llamado «Terremoto de Torrevieja de 1829» fueron la propia Torrevieja, Torrelamata, Guardamar, Rojales, Almoradí, Benejúzar, Rafal y San Bartolomé.
Sobre el número de fallecidos en Torrevieja, la cifra varía según la fuente consultada. En el Libro de Difuntos del Archivo Parroquial de la Inmaculada de Torrevieja, sólo hay las referencias de 24 víctimas. El administrador de las Salinas señala, en su informe oficial, que las víctimas fueron 31 Larramendi recuenta 32.
Según recientes investigaciones, se ha descubierto que en el puerto y en el litoral se produjo una elevación del terreno de unos 20 cm. En las mismas salinas se dieron anomalías hidrogeológicas durante los tres años siguientes al terremoto, como chorros y borbotes de hasta un metro de altura y cráteres de 3 a 30 m de diámetro en la costra salina del fondo de la laguna. Además,  se ha estimado que pudo haber alcanzado una magnitud aproximada entre 6’6 y 6’9 grados y una intensidad de IX-X (Catálogo de efectos geológicos de los terremotos en España, 2019).
La antigua iglesia de la Inmaculada, que en 1829 se vio afectada por el seísmo, estaría ubicada en la orilla del mar, en el actual paseo de Vista Alegre, según el investigador Pablo Paños Serna. Luego se trasladó provisionalmente a la parte alta del pueblo, a la zona menos afectada por el terremoto y junto a los molinos, casi las únicas edificaciones que habían quedado en pie.
Grabado (frag.) de la época publicado en un diario de Barcelona.(Edición color de Canales, G. 1999) Una de las imágenes icónicas del terremoto es la de las torres de las iglesias caídas. Al fondo un molino. En Torrevieja causó la muerte del cura párroco José Sánchez, junto a su padre y a su madre.
Debemos ponernos en el sentir de aquellas humildes gentes ante el más profundo desamparo, en una época donde no existían el teléfono o el 112, las redes sociales, Protección Civil o  el SAMU.
Mucha gente se negó a vivir en casas y en el centro urbano, dispersándose por los alrededores. Se construyeron sus propias barracas con la reutilización de los materiales de derribo, y estas fueron su hogar incluso décadas después.
«(…) Los extremos de la población lo forman multitud de barracas, aglomeradas sin orden alguno, cuya circunstancia rebaja en mucho la belleza y simetría del casco urbano (…)». (Madoz, P., 1849).
La manifestación social del pánico quedó reflejada a nivel espiritual en el desesperado fervor religioso dedicado a la devoción antisísmica con San Emigdio, copatrón de Torrevieja y todavía de gran arraigo en muchos municipios de la comarca de la Vega Baja.
La mayoría de la población tuvo que vivir a la intemperie por haberlo perdido todo. Pudieron abastecerles de víveres llegados desde Orihuela: tocino, huevos, abadejo (para cumplir con el precepto cuaresmal), arrobas de chocolate o legumbres. También desde los de barcos extranjeros, que se hallaban en la dársena cargando sal, enviaron a tierra sus lanchas con víveres, al tiempo que evacuaron heridos.
Romance de ciego, dedicado a los espantos causados por el seísmo de la Vega Baja (fragmento)
Este fenómeno horrible
hasta Madrid fue notado,
a Rafal y a Almoradí
y a Formentera ha asolado.
Benejúzar, Torrevieja,
Torrelamata ha dejado
con Guardamar y Rojales
cuasi en igual triste estado.
La población continuó horrorizada con las miles de réplicas producidas después del gran sismo. Rey Pastor tiene documentadas 57 sacudidas muy fuertes, que acabaron por derruir los edificios que  quedaban en pie, el día 28 de marzo de 1829. Rodríguez de la Torre afirma que las réplicas desaparecieron hacia septiembre de 1830 y que no se comenzó a construir las viviendas hasta pasado más de un año del desastre. ¿Habría tenido sentido hacerlo?
Durante el proceso de reconstrucción de Torrevieja se dieron importantes hostilidades entre las autoridades locales. Dos de los protagonistas de las mismas fueron el administrador de las Salinas, Rafael Lázaro Torrijos y el alcalde, José Eugenio Emigdio Galiana Tarancón. Representaron a dos facciones enfrentadas: los sequioneros (en zona del Acequión, donde vivían mayoritariamente salineros) y los punteros (vivían en el barrio de la Punta).
Otros de los grandes protagonistas fueron el obispo de Orihuela, Félix Herrero Valverde, quien llevó a cabo la primera campaña solidaria a nivel nacional, y el ingeniero Agustín de Larramendi, quien puso en práctica nuevos planteamientos urbanísticos y arquitectónicos en toda la Vega Baja, aplicando conceptos funcionales y dando preeminencia a criterios de seguridad, como fueron la implantación de la trama en ortogonal y de las viviendas arracimadas, cuyas trazas siguen siendo evidentes.
El ingeniero diseñó de planta baja, organizadas en torno a un pasillo central, grandes ventanales a la calle, con amplios corrales traseros que coincidían con las viviendas contiguas, y techos a dos aguas muy ligeros, con vigas de maderas flexibles de los calafates, sobre muros de mampostería. Su intención fue facilitar la huida más segura y rápida de las personas hacia espacios abiertos y lejos de muros o techos que pusieran en peligro sus vidas en caso de terremoto. Supuso una nueva morfología de la vivienda que continuó aplicándose como modelo más de un siglo después. Fue también suya la decisión de plantar árboles, principalmente moreras, en las vías urbanas.
Calle Concepción hacia los años 20.Imprenta Acacio Rebagliato.
También planificó dos plazas menores equidistantes de la central: la llamada plaza de la Torre, porque allí se encontraba, semiderruida por el seísmo, la torre que da nombre a la ciudad (hoy plaza de Miguel Hernández), y la plaza de las Frutas, para el abastecimiento (donde se sitúa el edificio del mercado de abastos).
Paradójicamente, en Torrevieja se construyeron menos casas de las que se derrumbaron, 265 en lugar de 534 ya que sólo se facilitó la vivienda solamente a los trabajadores de las salinas con la intención de inducir al abandono del lugar a indeseables vecinos, los contrabandistas.
Apenas veinte años después del desastre se inicia el siglo de oro de la navegación torrevejense (Huertas, J., 1981), de extraordinaria actividad mercantil, de manera que el puerto se convierte en uno de los más importantes del país. Entre 1844 y 1845 entraron en la bahía a cargar sal 852 buques extranjeros y 1.329 barcos españoles. Torrevieja pasó de ser un pueblo de pescadores y salineros a la villa de grandes navegantes y calafates, y la Torrevieja de los balnearios. «Torrevieja era un municipio con unos rasgos de modernidad poco usuales en la época» (La Parra, E., 1997).
En el aspecto patrimonial, sería pertinente estudiar si se conserva alguna casa original de la época, y recuperarla para el patrimonio histórico local. En la vecina localidad de Almoradí así lo han hecho, y se considera que allí se encuentra la vivienda social más antigua de España. Todavía tenemos detalles por investigar acerca de lo ocurrido, y sobre la herencia que nos ha dejado.
El hecho de recordar la catástrofe no debe ser utilizado para atemorizar, ni para regodearnos en el morbo. Es una oportunidad para reconocer nuestro patrimonio arquitectónico y documental y para llevar a cabo una necesaria educación antisísmica, teniendo en cuenta que vivimos en una zona de alto riesgo. Es una oportunidad para acercarnos y actualizar los conocimientos de nuestra historia, en un momento clave en su devenir, y es una oportunidad para ser más conscientes de nuestra realidad. El conocimiento de la Historia nos permite reflexionar sobre el pasado, comprender el presente y proyectar nuestro futuro.
Principios del siglo XX. El diseño de J. A. Larramendi se ha mantenido hasta avanzado el siglo XX: viviendas de una planta, de grandes ventanales, con pasillo central, con techos a dos aguas y con los patios traseros contiguos.
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