Semana Santa (I)

Nos quedamos hablando del Coronavirus, al que trataba de quitar importancia al compararlo con otras pandemias históricas. Si bien es cierto que continúo pensando lo mismo en cuanto a su mortalidad, ¡la que ha liado el bicho!
Cómo será de importante la cosa que hasta se ha llegado a suspender la Semana Santa en Sevilla. Esto es algo insólito pues solo ha ocurrido una vez en la historia, como veremos más adelante. Ello lo traigo a colación para así poder indagar en la historia de esta festividad.
La Semana de Pasión se celebra en toda la Cristiandad, y en ella se conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. En la actualidad se recrea sacando a la calle la imaginería y sus tronos, y dirán ustedes: ¡Oh, qué sorpresa!¡Este chico ha descubierto la panacea! (ironía). Quizás lo que no sepan es que no siempre fue así.
El germen de la Semana Santa lo podemos buscar en la Edad Media y éste está ligado a los gremios. Entonces la religiosidad lo impregnaba todo. En estos gremios aparecieron las primeras cofradías, que eran hermandades de devotos a una imagen concreta, a la que se afiliaban por una ocupación concreta, o un lugar de residencia. Estas imágenes se veneraban en parroquias, capillas o iglesias, en busca de protección, pero aún no salían a la calle.
Las procesiones piadosas no aparecen hasta mitad del siglo XIV, cuando la Peste Negra azotó Europa y diezmó la población de una manera aplastante como ya vimos. La enfermedad supuso unas consecuencias a todos los niveles, y también en la forma de vivir la fe. La religiosidad alegre y confiada de los siglos precedentes se tornó oscura pues en la mentalidad de la época la peste se interpretó como un castigo divino. Ello hizo que surgieran las cofradías de flagelantes. Tanto se daban de palos que hasta el Papa tuvo que intervenir para relajar el sentimiento pesimista de la población.
Salían los flagelantes a la calle, pero aún no se había incorporado el argumento teatralizado del Vía Crucis. Esto aparece en España, como mucho en la Historia, por casualidad. A mitad del siglo XV, un fraile dominico, Álvaro de Córdoba peregrinó a Tierra Santa y allí vio que los franciscanos procesionaban por el camino por el que Jesús transportó la cruz, y el espabilado, al volver hizo lo mismo en su convento, y no tardó en extenderse por toda Europa en el siglo XVI.
Las procesiones del XV y XVI no se parecían mucho a las actuales. Éstas eran muy sobrias y solo se hacían el Jueves Santo, la procesión del silencio, y aunque las cofradías desfilaban las imágenes no lo hacían. Nada más sacaban la cruz, la conocida como Vera Cruz.
Y entonces llegó la guinda del pastel. En 1517 se produce la Reforma de Lutero, un monje agustino que estaba hasta los “mismísimos” de ver como el Papa y sus colegas se llenaban a espuertas los bolsillos con el negocio de las indulgencias. Esto era algo así como: “Hey pecador, si me compras esta bula Dios te perdona tus pecados”, “que me las quitan de las manos”. Así nació el protestantismo, que le sacaba los colores al catolicismo. Estos tardaron en pensar, pero lo hicieron: tres décadas después, dados ya por perdidos a los protestantes se organizó el Concilio de Trento para tomar medidas y no perder más fieles. Una de estas medidas era utilizar imágenes para que las misas fuesen más cercanas al pueblo, y así, a finales del XVI las cofradías empiezan a encargar tallas que representen la Pasión para sacarlas en procesión, primero tres días para después hacerlo toda la semana. Algunas de las tallas más famosas son de esta época.
Con Carlos III, a mitad del XVIII, llega la Ilustración, poco amigo de la espiritualidad. Se ve que el hombre era aprensivo a la sangre y prohibió las procesiones de flagelantes, y además redujo el número de cofradías y no se podía desfilar de noche excepto en La Madrugá.
Después vino Napoleón y las desamortizaciones, que saquearon e hicieron desaparecer muchos templos y tallas, y así, entre pitos y flautas llegamos a la II República.
Ya en 1931, dos semanas antes de la proclamación de la república, existía un clima de agresivo laicismo que generaba desde la falta de respeto hasta actos de violencia de las izquierdas contra actos religiosos.
Por poner el ejemplo paradigmático de la Semana Santa sevillana, poco después del 14 de abril, las leyes anticlericales del Gobierno Provisional prohibían las manifestaciones religiosas en público, y aunque no prohibió las procesiones, sí recortaron cualquier tipo de ayuda monetaria. También se hicieron los locos ante los radicales del PSOE, PCE y la CNT, quienes amenazaban y agredían a los fieles y los templos, atentando y quemando incluso, como se hizo con la Dolorosa de Martínez Montañés.
En ese ambiente, en 1932 solamente la hermandad de la Estrella se atrevió a salir y ello le supuso boicots y atentados por parte de los comunistas.
Tras estos incidentes, La Semana Santa de 1933 fue la única en la historia de Sevilla en la que no hubo procesiones. Bueno, y ahora la de 2020 por razones muy diferentes.
Poco a poco se fue restituyendo la normalidad y desde los años 40 la Semana Santa tuvo un resurgir que ha llegado hasta nuestros días.