Marco Antonio Torres Mazón
El pasado lunes 9 de marzo me desperté con la noticia de la muerte de José Jiménez Lozano. Es un escritor en cuyos libros he encontrado una suerte de sabiduría que, además de llenar mi espíritu con el agua fresca de la verdad, me hace compañía. La voz de Jiménez Lozano es la del amigo que se sienta a tu lado y, sin apenas alzar el tono, es capaz de llenar tus horas de soledad. Pero esta triste noticia solo era el comienzo de una semana en la que la imparable expansión del Covid 19 nos hizo tomar conciencia a todos de estar viviendo lo que quizá sea el inicio de una nueva etapa en nuestra forma de vivir en las próximas semanas, quién sabe si meses. Todas las ciudades y pueblos de nuestro país fueron cerrando sus comercios y establecimientos y en cada bajada de persiana se podía intuir el cierre de párpados de quien se dispone a iniciar un largo sueño. Un sueño del que no se sabe cuándo se despertará, ni cómo.
La responsabilidad, como el acto de leer, es personal e intransferible. No se puede pedir a los demás que lean si nosotros no leemos; no se puede pedir a los demás que sean responsables si nosotros no lo somos primero. La fuerza de la verdad emana del ejemplo. No podemos pedir a las instituciones y a los poderes políticos, que todos nos hemos dado de común y democrático acuerdo, que estén a la altura de las circunstancias si nosotros no lo estamos. Toda sociedad, toda colectividad, es una suma de individuos. Ya hemos visto en estos primeros días que somos capaces de lo mejor y de lo peor. Somos capaces de tomar conciencia de la gravedad del problema y, en la medida de nuestras circunstancias, quedarnos en casa, pero también somos capaces de “aprovechar” estos días para cruzar media España para “disfrutar” de unas “vacaciones” que nos hemos inventado. Somos capaces de salir a los balcones y aplaudir con una sola voz para agradecer a todos los médicos, enfermeros, auxiliares y demás personal sanitario su labor en estos duros momentos, pero también lo somos para ir a los supermercados y arrasar con todo de la forma más desproporcionada, irracional y egoísta. En los casos en que hacemos lo correcto la sociedad actúa como una suma de individuos; cuando la sociedad actúa de forma incendiaria lo hace como “masa”, y toda masa está sujeta por los principios del miedo y la desconfianza. Ortega y Gasset, como siempre, ya lo dijo y advirtió.
Uno de los cuadernos de José Jiménez Lozano tiene el título de La luz de una candela. Es un título que hace referencia a esos cuadros de Georges de La Tour en los que una vela, una candela, sirve para iluminar toda la pintura. Una luz débil que, sin embargo, tiene la suficiente fuerza como para desplazar la oscuridad. De toda esta situación saldremos y lo haremos más fortalecidos, pero solo lo haremos en condiciones si con nuestra responsabilidad individual logramos alcanzar una responsabilidad colectiva. Todos tenemos en estos momentos una pequeña candela en nuestras manos, estemos atentos para que su pábilo vacilante no se apague.