Dormir con la ventana abierta tiene sus riesgos. El empeño de ciertos vecinos en hablar a gritos o el paso de coches y motos como si la calle fuera la pista de despegue de un aeropuerto. También tiene sus recompensas: recoger el primer viento fresco de la mañana y el saludo del canto de los pájaros madrugadores.
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Sale en el periódico la noticia de uno de esos gurús que dicen poder retrasar, mediante unos determinados procedimientos relacionados con la alimentación, el deporte y otro montón de hábitos, el ciclo vital. En definitiva: que podrá contener y posponer la muerte. Sale el susodicho gurú diciendo que ya ha retrasado su edad en varios años. Es tan absurdo y tan prepotente…que produce risa sólo con pensarlo. Pero no deja de ser un reflejo de ciertos anhelos, de ese querer ser como dioses… Yo le daría a este señor, y a otros como él, un rato de lectura del Eclesiastés, para que Qohelet les bajara un poco los humos…vanidad de vanidades.
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Un libro te lleva a otro libro; un autor a otro autor. Es lo que me gusta de la literatura: esa suerte de carretera llena de entradas y salidas, de interconexiones, de túneles y atajos, de señales y de áreas de descanso. Un libro de Jesús Montiel que compré en Granada y que leí hace unas semanas, Un banquito de madera, me lleva a comprar en una librería de Alicante Tiempo de morir, un ensayo de Nicolas Diat sobre los últimos días de unos monjes en varios monasterios de Europa. Una lectura que voy haciendo con el corazón encogido y el alma llevada en volandas. Nace aquí la espiritualidad de la pregunta más radical que todos debemos hacernos: ¿cómo vivir la muerte? Pregunta paradójica, pero de la que ninguno podemos sustraernos. Obviar esa cuestión es obviar la propia esencia de la vida y de nuestra fe.
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Azul, de Kieslowski. Una película que hacía muchos años que no veía y que decido ver de nuevo, con el consiguiente riesgo de que se convierta en una triste decepción. Nada de eso. Más bien todo lo contrario. Qué nivel más alto de exigencia, cinematográfica y moral, para con el espectador. Y qué uso más imaginativo del lenguaje fílmico para informarnos del interior de los personajes, comenzando por la protagonista, una bellísima Juliette Binoche herida y salvada a un mismo tiempo. La fotografía y la música, aquí tan vitales, son sublimes.
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Inauguración de la exposición de la cofradía de la Esperanza. La sensación, mientras doy una vuelta por la sala Vista Alegre, es la de estar recorriendo mis propios recuerdos, mi propia vida y la de mi familia. Hay cosas que uno asume como parte de su historia sin necesidad de hacer ningún esfuerzo; con la naturalidad del que sabe que lo ahí expuesto es un jirón de su propia piel.
Marco Antonio Torres Mazón

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