COLABORACIÓN / Olga Parra
Esta mañana salgo de mi casa descalza y susurro a mis deseos:
Imagínate entrar en un mundo totalmente extraño que está a dos pasos del tuyo, en el que con solo respirarlo te refresca el alma de la pituitaria inspiradora, ¡qué suerte sería!
Un espacio ancestral que rompe todas las leyes terrenales. A solo un paso de salir de uno, para entrar en el otro. Miro hacia abajo, veo mi rostro reflejado en esta puerta-espejo hacia otra inter-fase que cruzo entre la atmósfera y la hidrosfera, a una tercera dimensión donde se revoluciona todo, que podría ser el ansiado paraíso.
Desnuda, respiro profundamente, tomo aire, lleno mis pulmones de inminente apnea para naufragar lo más lejos posible hacia el misterio, la incertidumbre aterciopelada que me espera. Cierro la boca y me capuzo traspasando este nuevo mundo, transición liminal que abro de lo seco a la viscosa humedad. Invasora de otro planeta extraterrestre bañado de iones positivos.
El susto inicial de entrada a este umbral me impresiona encogiéndome el cuello, me obliga a cerrar los ojos, pero mi curiosidad pronto los abre con burbujas salpicadas en la cara, enredadas en las pestañas. Espacio de dos elementos básicos de fricción aire/agua, gas precintado de espuma iridiscente, envuelta en arcoíris agitada por la llegada repentina de mi cuerpo. Siento que ya he llegado, lo sé por tus caricias de pompas salinas que suben lentamente por mi piel erizada, diminutas cosquillas heladas me envuelven en espiral, escalofríos a limón verde. Estado fresco, siempre mucho más fresco, refugio del anhelado verano.
Levito gravedad cero, espacio vertiginoso de total libertad que mece en hamaca de alas. Mi cabello se eleva alisado, soy pluma, mi peso se aligera a 1/6, como si hubiera llegado al espacio exterior en una capuzada, como si estuviera navegando hacia la luna, saltando a cámara lenta, a unos 48 fotogramas por segundo. Transportándome a una ensoñación sin prisa, sin reloj. Aunque quisiera, una fuerza mayor ofrece resistencia, me impide estresarme, rindiéndome a su energética paz.
Puedo ver la luz viajando calmada, y por eso, el tiempo se ralentiza, ¿cómo es posible? Porque habito en otra densidad, una más alta que altera mi realidad. Vivo el presente continuo, no existe nada más que mi ser inmerso en la pura naturaleza. Difícil de comprender, pero lo intentamos con nuestra Venus nacida de la espuma, diosa de la belleza, el amor y protectora de la naturaleza, sus propias leyes nos muestra los juegos creativos del universo para su propia diversión. Se recrea con el pincel de la refracción, dibujos solares que copian sobre la arena las ondas de la superficie, como una película abstracta de luces proyectadas y destellos deslumbrantes titilando sin parar, líneas rizadas sobreexpuestas sobre la pantalla horizontal de intenso verde-turquesa. El lienzo se extiende a mi alrededor, encuentro rayos concentrados en diminutos hilos de energía atravesados por la enorme lente que hay sobre mi, tostando todo lo que toca.
Escoltada por la inseparable brisa amarrada de mareas. Me balanceas al ritmo de corrientes subterráneas en clave de levante, en esta danza infinita de ráfagas frías que llegan desde el fondo, entrelazadas de templadas mareas que bajan, dejándote llevar por la corriente hacia su propio destino a la deriva. Soy una gota, ni con una cola de sirena raso brillante podría llevarle la contra a este gigante.
Mi piel se torna azulada. Manto marino sobre arena clara degradada hacia un cian sin fin, donde se pierde la mirada en el oscuro ultravioleta, nido invisible del hummus de la vida. Contiene una precisa pócima microscópica de elementos vitales, mezcla de: sales, sodio, magnesio, calcio, potasio, hidrógeno y oxígeno, que filtran la luz dejándonos en penumbra cada metro que bajamos, borrando los matices cálidos, hasta su desaparición total si viajas lejano en sus profundidades. El espectro electromagnético de color oculta a unos 20 metros las ondas de luz cálidas, los rojos se tornan gris-oscuro y los blancos en azules. Remoto territorio donde viven luciérnagas marinas, de abisales fluorescentes, espacios desconocidos, inconquistables.
El sol viste a cientos de seres reflectantes tornasolados disfrazados de; payaso, espada, estrella, luna, morena, bonito, caballito, pepino, gato, león, gallina, aguja, manta, raya… ¡qué maravilla de diseños eclécticos! Algunos superan mi imaginación. Me acompañan en vuelo y si me detengo, aprovechan para girar a mi alrededor, curiosos se acercan y, sin que me dé cuenta, su cuerpo resbaladizo y gelatinoso me acaricia tímidamente justo antes de catar mi piel bronceada de escamas.
Oídos sumergidos en caracolas se silencian en la profundidad de las praderas, regados de melodía crujiente (diminutos vidrios rotos cuando los pisas lentamente) saliendo bajo los corales que rozan mis pies. Y detrás, le acompaña una tonada sostenida por el colchón grave de una copa de cristal, activada por el paseo en círculos de mi dedo frotando el canto de su boca.
Ecos guturales del medi-terráneo torrevejense resuenan en mi mente. Esta inmensa masa de sonido nunca cesa de vibrar, frecuencias altas del soplar acuoso de un gran HandPan, tocado por decenas de manos melosas al mismo tiempo, mientras se vacía una cantimplora. Ondas subacuáticas 5 veces más veloces, puedo escuchar el surcar de un velero mucho más rápido si estoy dentro, aunque lo escuche distorsionado y no sepa por dónde viene, porque las ondas llegan absorbidas y rebotadas en todas direcciones, perdiendo el sentido del espacio. Abandonada al flujo. Desubicada boca abajo, ¿qué es arriba, qué es abajo?
Hay tanta belleza dentro de mis ojos empapados, que se me expande el corazón de gratitud por los milagros de la existencia. Imagínate ser uno de ellos, de poder huir del alboroto de la superficie, de regocijarte en la parsimonia escondida del mágico inicio de la vida.
Viaje lisérgico de alucinaciones que se derriten en deformaciones ondulantes, mirando desde una gran lupa donde cada ente se ve aumentado, doblando su tamaño. Y si enfocas bien, puedes ver el aura-contorno de los peces, como si se duplicara a un milímetro, tintado de su complementario empapado de seda. Te bizca la vista, con el mismo efecto estereoscópico que hace una película 3D sin gafas.
No aguanto más, quintales de litros presionan mis pulmones, la sangre espesa fatiga mi corazón, me ahogo, debo salir. Es como una pequeña muerte, o quizás, volver a nacer pero a la inversa, rebobinando hacia el pasado.
Tengo mi nariz bloqueada, no puedo saber cómo huele aquí, pero puedo recordarme flotando en el perfume salino del útero de mi madre antes de salir de lo viscoso a lo seco. Me sostengo en intensa salmuera para romper aguas hacia lo dulce, orilla-horizonte, vulva. Y, desde aquí abandonarme a la esperanza, llenar por primera vez mis pulmones. Recién dada a luz, lloro de alegría para reafirmar mi existencia con lágrimas de mar, de donde empezó todo.
Dejar un comentario