Marco Antonio Torres Mazón: Recordar

Todo esto pasará. Y cuando pase nos tocará recordar y contar lo que hemos vivido. Cientos, miles de imágenes se nos quedarán grabadas a fuego en la memoria. Nos preguntaremos cómo pudimos soportar todo lo vivido y nos daremos cuenta que la vida es una continua acción de gracias.
Recordaremos los balcones y los aplausos: ese momento de vernos todos las caras y sonreírnos. Recordaremos la sucesión de persianas de establecimientos cerrados como una letanía. Recordaremos la cantidad de cosas que hicimos cuando creíamos tenerlas olvidadas: jugar a las cartas, hablar un rato sin la prisa del día a día, leer, escuchar música sin hacer otra cosa que escuchar música. Recordaremos los guantes y las mascarillas como una parte más de nuestro “aliño indumentario”. Recordaremos palabras: virus, contagio, epis, cuarentena, confinamiento, hibernación. Recordaremos esas iglesias vacías mientras el sacerdote celebra la misa del Jueves Santo, los Oficios, la Pascua, pero también recordaremos el sonido de las campanas atravesar el silencio de las calles, llegar a nuestros balcones, penetrar en nuestras casas y decirnos al oído: Él ha resucitado. Recordaremos todo lo que de forma personal nos ha tocado vivir y cómo pudimos superar las más adversas de las situaciones. Recordaremos los momentos de desesperanza, pero también los momentos en los que una minúscula luz iluminaba nuestras vidas.
Recordar es haber vivido. Se recuerda lo ya pasado, no lo por venir. Así, el propio acto de recordar es ya una muestra, una prueba irrefutable, de que lo recordado pertenece al pasado. El recuerdo confirma nuestras esperanzas y nuestros anhelos. Y llegará un momento en el que enmarcaremos todos estos recuerdos para poder observarlos como se observa una vieja fotografía. Pero los recuerdos nos cambian, nos hacen diferentes. Todo recuerdo es una muesca en nuestra personalidad. Todo lo que en estos días, en estas semanas, en estos meses estamos viviendo nos dejarán una profunda marca en el “hondón del alma”, que diría Unamuno. Cuán profunda será esta incisión, esta herida de vida, no lo podemos decir todavía. Nadie puede saberlo. Primero nos cambiará como individuos, después como sociedad.
Sigo leyendo estos días las Confesiones de San Agustín. Es un libro que respira y palpita vida en cada una de sus páginas. Es un libro que hace compañía y que enseña, como todos los grandes libros, que nada hay que nos impida intentar ser mejores personas. Es, además, un libro bellísimamente escrito y de una finura literaria que ya quisieran muchos “autores”. San Agustín despliega ante nosotros su vida, sus recuerdos, para que podamos recorrer junto a él su peripecia vital. Decía Emerson, no sin razón, que no existe la Historia como tal, sino una sucesión de biografías. En las Confesiones estoy encontrando estos días la ayuda perfecta para poder asimilar y comprender parte de lo que nos está sucediendo. Como todo clásico, San Agustín es mi contemporáneo. Para intentar comprender la realidad presente no me queda otra opción que apagar la televisión y abrir el libro. Y recordar.