Epílogo al Cuaderno de verano: el otoño inminente

Epílogo al Cuaderno de verano: el otoño inminente

Marco Antonio Torres Mazón

A veces hay que hacerse a un lado y dejar pasar.

Costumbres # 8: un paseo por Ali­cante con A. y E. antes de que termine el verano y las vacaciones, pasando un día en familia. Un momento muy divertido es cuando los tres nos pone­mos a mirar discos de vinilo y nos en­tra la risa tonta con algunas portadas. Ojalá poder retener para siempre es­tos instantes aparentemente absurdos que son, sin embargo, oxígeno para nuestros pulmones.

También los cielos grises tienen su belleza. Y su derecho a ser bellos.

Leo una antología de poemas de Pa­blo García Baena. Mientras, cae la no­che, ya más pronto, en el balcón. Hay algo en estas últimas anochecidas de agosto que huele a despedida, a final, a punto y aparte. Pero también a algo que, agazapado, espera su momento para nacer y alzar el vuelo. El verano, de una forma u otra, va llegando a su fin.

Toda verdadera oración es un diálogo.

Tiroteo en una iglesia católica de Minneapolis, en Estado Unidos. Una iglesia de un colegio, por precisar to­davía más. Todo sucede, por lo visto, durante la celebración de la Santa Misa. Mueren dos niños y hay varios heridos más, algunos de ellos de gra­vedad. Un acto de violencia salvaje del que algunos apenas dirán nada.

Final de agosto: Retroceso de la luz del atardecer.

Vamos a la inauguración de la expo­sición que nuestra querida amiga Ana Cutillas realiza en el centro cultural Virgen del Carmen. Profundos lazos de amistad nos unen desde antes de mi propio nacimiento. Qué suerte te­ner este tipo de herencias y ser rico en personas a las que querer.

Mañana de café y charla con mi querida Arg., a la que siento como una suerte de hermana que la vida me ha regalado. Siempre he pensado que nos parecemos mucho. Nos pisamos los pensamientos, las palabras. Vuelan las recomendaciones musicales, literarias. Nos fundimos en un abrazo. Amiga, que la vida nos siga deparando este y otros encuentros.

Pasa el día de San Ramón y vuelve, de nuevo, el recuerdo de mi padre. ¡Cómo le gustaba celebrar este día to­dos juntos! Lo convirtió en una bonita tradición en los últimos años. Y nos re­galó, quizá sin saberlo, el recuerdo de muchos días felices; la posibilidad de rememorar, cada 31 de agosto, tantos momentos vividos.

Y, pasado este día, podemos dar por concluido este Cuaderno de verano. Los últimos atardeceres ya se tiñen de un leve color entre azul y rosa que re­cuerda poderosamente a los que han de venir; al otoño inminente; a la es­tación que llenará nuestros días en los próximos meses.

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