Notas de invierno VII: Amanecer…otra vez

Notas de invierno VII: Amanecer…otra vez

Veo la película De dioses y de hombres (2010), de Xavier Beauvois. Imposible no emocionarse con esa tensión creciente y ese final esperado. Una realidad creíble y una iglesia que camina. Esos monjes que deciden no huir son también las hermanas de Diálogos de carmelitas, de Bernanos. Y el monasterio de Port Royal. Y tantos otros que no doblegan su fe (por tanto, su libertad) bajo ningún poder ni ninguna violencia. 

Nace en Murcia, en el hospital Virgen de la Arrixaca, el hijo de mi sobrino y ahijado Carlos. Mi sobrino nieto, por tanto. Sigue bombeando el corazón de esta familia cada vez que nace un nuevo miembro. Mi madre ya es bisabuela…mi hermana Gertrudis ya abuela. Con la enorme alegría me llega el recuerdo del nacimiento de mi propio sobrino, hace ya muchos años. Fue un parto largo, como ha sido este de su hijo. Y también escribí entonces unas notas, un breve artículo, para este mismo semanario, bajo el título de “Amanecer”. Es lunes y no puede comenzar mejor el día…la semana. 

El aforismo, bellísimo y certero, de R. Tagore otra vez (y tantas veces como haga falta): “Cada niño, al nacer, nos trae el mensaje de que Dios no ha perdido la esperanza en los hombres”.

Hay momentos en los que tienes que hacerte a un lado. Por tu propia salud mental. Hacerse a un lado o perecer aplastado. No…a un lado y punto. 

Cae la tarde con una belleza hiriente y llena de luz. La tarde se alarga…como si se desperezase tras un largo letargo invernal. Mientas espero que E. salga de su entrenamiento de remo, leo en el teléfono el prólogo de Temor y temblor, de Kierkegaard. Y las últimas luces de la atardecida se pierden por el horizonte.

El Te Deum de Arvo Part me ayuda a escribir durante algunas noches. Y me acompaña como un amigo que pone su mano sobre mi hombro. Es justo lo que busco en algunas músicas, en algunos libros, en algunas películas. La sensación de compañía en la soledad. 

Suelo leer más ensayo que novela, pero de vez en cuando me apetece una buena historia. Compro una novela de Michel Houellebecq que no había leído, Sumisión. Durante unos años leí con mucho interés sus obras, siempre candentes por tratar temas actuales con cierte crudeza, aunque también con un peculiar sentido del humor. En el caso de esta novela se ha vendido por parte de la crítica como una suerte de distopía. Sin embargo, en cuanto comienzas a leer te das cuenta que más bien se trata de una novela de corte realista. Tristemente realista. Es, desde luego, un libro para entablar un profundo diálogo después de su lectura. Y eso es algo que me gusta de este escritor francés: su valentía para tratar ciertos temas importantes. 

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