Hay días en los que todos parecen ponerse de acuerdo para llamarme y proponerme cosas. Y es bonito, no lo voy a negar, que se acuerden de ti y, sobre todo, que crean que eres merecedor de tantas atenciones, de tanta confianza. Mi autoestima, que siempre está lindando zonas periféricas, no comprende que la gente piense así de uno. Si todos supieran que en realidad yo lo que quiero es huir, salir corriendo. Enclaustrarme. Pasar desapercibido. Guardar silencio. Leer. Escribir. Compartir con los míos la dicha de una ventana.
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Todo lo que se planta en la primera parte de Sumisión se viene abajo en la segunda. Creo que, en el fondo, me ha decepcionado la novela. Y creo que si volviera a leer otras obras de Houellebecq que antes me gustaron ahora se me caerían un poco de las manos. Mejor no averiguarlo.
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La banda sonora de estas noches de escritura la están poniendo los últimos cuartetos de Beethoven. Unos cuartetos que siguen sonando en mi cabeza tiempo después de haber concluido.
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Tarde de lluvia. Ideal para leer y escribir un poco. También para preparar la catequesis de adultos en la parroquia. El ritmo pausado de las gotas golpeando en la ventana crean una atmósfera de tranquilidad que me gusta mucho. Reivindico la belleza de los días grises y lluviosos.
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Recuerdo las conversaciones sobre libros y literatura de mi padre y Jaime Maestro. Era yo pequeño y los veía hablar de autores y títulos que pasaban por mi mente con el exotismo de los nombres desconocidos. Hoy me gustaría estar presente en alguna de esas charlas…en alguno de esos recuerdos.
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Miro el calendario de la cocina, donde A. y yo vamos anotando todo lo que día a día tenemos que hacer, y quedo pasmado (y un poco asustado) al ver todo lo que hay programado para marzo y abril. Es el periodo fuerte de Cuaresma y Semana Santa y la lista de compromisos y actos se multiplica. Luego, cuando ya todo pasa y en Pascua las aguas de remansan de nuevo, es asombroso darse cuenta de todo lo hecho. Parece imposible. Y parece imposible que sea, en el fondo, todo tan fácil. Un puro milagro, para entendernos.
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El Papa Francisco ya lleva una semana hospitalizado. Neumonía y problemas derivados. Teniendo en cuanta su historial y su edad el pronóstico es ciertamente preocupante. ¿Qué nos deparará el futuro? Imposible saberlo. Lo que parece claro es que, en un periodo relativamente breve, incluso teniendo en cuenta la recuperación del Papa, volveremos a ver cómo la maquinaria vaticana se pone en marcha de nuevo. Una maquinaria que, siendo tan antigua en el tiempo, seguirá funcionando con la precisión de un reloj y con la belleza de lo verdadero. Los vientos del Espíritu son siempre una incógnita. Quede, al menos de momento, nuestra profunda oración.
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